El partido podría resumirse en que fue un encuentro entre una selección, la de Argentina, que no sabe cerrar los partidos, y que le volvió a pasar lo mismo que le sucedió contra Holanda en el partido de cuartos de final, perdiendo una ventaja a dos goles en los instantes finales del partido, cuando todo parecía decidido a favor de la albiceleste, y terminar pasando de ronda en la tanda de penaltis, frente a otra selección que no paró de nadar, y de nadar, y de nadar… para morir ahogado al pie de la orilla misma.
El comienzo
A nadie puede sorprender que una final de una Copa del Mundo comience siendo un partido trabado y nada vistoso, algo así como escuchar hablar a María Jesús Montero Cuadrado. El balón era argentino, pero sin causar peligro alguno, mientras Francia se dedicaba a ver pasar el tiempo y el balón de un argentino a otro. Mbappé imaginábamos que había salido a jugar el encuentro, pero sólo lo imaginábamos, porque lo que es verle, no le vimos.
Pero apareció “el fideo” Di María, en quien el otro Lionel de Argentina, Scaloni, había depositado toda su confianza para amargar la vida a la defensa de Francia por su banda izquierda. Eso sí, Dembelé puso mucho de su parte con su inoperancia defensiva, metiendo la pata cuando no tocaba, para tocar a Ángel y que él árbitro le pitase a Argentina uno de esos penaltis a los que nos han acostumbrado los colegiados a pitarles a favor. Porque Di María parecía que había recibido el disparo de un francotirador por según como cayó fulminado al suelo, y “Mr Proper” Marciniak señaló los once metros. Messí se convirtió en el primer jugador que logra marcar gol en todas las fases de un Mundial.
El segundo ya sí que fue de los de verdad. Un gol fetén, que diría Tony Leblanc, con un gol diseñado por una jugada de tiralíneas (como a ti te gusta, David) entre Messi, De Paul, Mac Allister y rematado por Di María para dar lugar a un verdadero valle de lágrimas en sus ojos.
Deschamps decidió poner fin a tanta desidia y abulia gabacha y sacó del cesped a Giroud y Dembelé, que caminaban como zombies por el Lusail Stadium, aunque no eran los únicos desaparecidos o deambulando.
La continuación
Corría el año 1993. Más concretamente en La Coruña, estadio Riazor, el 6 de febrero de ese año, y se enfrentaban el Depor contra el Sevilla. En el banquillo hispalense estaba sentado un señor que siete años antes se había proclamado campeón del mundo en México de la mano (nunca mejor dicho) del mejor jugador de la historia, con permiso de Don Alfredo Di Stéfano, Diego Armando Maradona.
Ese señor se llama Carlos Bilardo, y bien podrían haberse tatuado a fuego esta frase todos y cada uno de los jugadores de la selección argentina antes de jugar la final de la Copa Mundial de Fútbol de Qatar 2022, especialmente la segunda mitad del partido: ¡Qué carajo me importa! ¡Pisalo! ¡Pisalo! ¡Al contrario, pisalo!
Pues la selección argentina no pisó al contrario. No lo remató. Y casi lo pagó muy caro.
Porque Francia no se sabe si había desaparecido o si había dimitido en bloque. En Doha sólo había camisetas albicelestes, tanto en el césped como en la grada. De cada vez más a medida que pasaban los minutos sin que nada pasara…. hasta que apareció Mbappe de la misma manera que aparece un Inspector de Hacienda: sin avisar y por sorpresa.
Primero para marcar un penalti que Otamendi había cometido sobre Thuram de manera obscena para un jugador de su veteranía. Y 95 segundos después para que la historia que Argentina había vivido en el partido de cuartos de final se volviera a repetir.
Partido empatado y a la prórroga.
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El desenlace
La selección francesa parecía haber recibido una transfusión de sangre de miembros de la legión extranjera, porque de lo que habíamos visto durante más de 80 minutos de tiempo reglamentario de la final, no quedaba ni el recuerdo. Francia se imponía físicamente sin que Argentina pareciera poder reaccionar ante el varapalo que había supuesto no estar levantando el trofeo a esas horas.
Pero si Mbappé había puesto a Francia en el partido, Messi volvió a sacarla con un gol a poco de empezar la segunda parte del tiempo suplementario. La grada argentina deliraba mientras el VAR revisaba la jugada. 3-2.
Todo parecía visto para sentencia, pero volvió a aparecer el fantasma del holandés errante por el área del “Dibu” Martínez en la forma de Montiel metiendo la mano donde no le llamaban. Otro penalti. Otro lanzado por Mbappé, Otro gol, el tercero para Francia, el tercero de Kylian.
Habemus Penaltis.
Y aquí es donde mientras a Lloris le faltaban centímetros y picardía, al “Dibu” Martínez le sobraban tantos como para obligar a los franceses a fallar hasta dos para dejar la consecución del título de Campeón del Mundo en los pies de aquel que había metido la pata (o, mejor dicho, la mano) unos pocos minutos antes. Montiel lanzó perfecto, y lloró él, y lloró Messi, y Di María siguió llorando donde lo había dejado, y lloró Argentina por su tercer Mundial, mientras Maradona se pregunta si eso es suficiente para tener a Messi a su lado en el Olimpo de los dioses del fútbol.